EL PENSAMIENTO HETEROSEXUAL
Y
OTROS ENSAYOS
LA
CATEGORÍA DE SEXO
La continua presencia de los sexos y la de los esclavos y los amos
provienen de la misma creencia. Como no existen esclavos sin amos, no existen
mujeres sin hombres. La ideología de la diferencia sexual opera en nuestra
cultura como una censura, en la medida en que oculta la oposición que existe en
el plano social entre los hombres y las mujeres poniendo a la naturaleza como
su causa.
Masculino/femenino, macho/hembra son categorías que sirven para
disimular el hecho de que las diferencias sociales implican siempre un orden
económico, político e ideológico.
La primacía de la diferencia es tan constitutiva de nuestro pensamiento
que le impide realizar ese giro sobre sí mismo que sería necesario para su
puesta en cuestión, para captar precisamente el fundamento constitutivo. Captar
una diferencia en términos dialécticos consiste en poner de manifiesto los
términos contradictorios que deben resolverse. Comprender la realidad social en
términos dialécticos materialistas consiste en captar las oposiciones entre
clases término a término y reunirías en un mismo vínculo (un conflicto en el
orden social) que es también una resolución (una abolición en el orden social)
de las contradicciones aparentes.
La lucha de clases entre hombres y mujeres —que debería ser
emprendida por todas las mujeres— es lo que resuelve las contradicciones entre
los sexos, los destituye cuando los hace comprensibles. Lo que me interesa señalar
aquí es que antes del conflicto (la revuelta, la lucha) no existen categorías
de posición sino solamente categorías de diferencia. El pensamiento dominante
se niega a analizarse a sí mismo para comprender aquello que lo pone en
cuestión.
Mientras no haya una lucha de las mujeres, no habrá conflicto entre
los hombres y las mujeres. El destino de las mujeres es aportar tres cuartas
partes del trabajo en la sociedad (tanto en la esfera de lo público como de lo
privado), hay que añadir el trabajo corporal de la reproducción.
Ser asesinada y mutilada, ser torturada y maltratada física y
mentalmente; ser violada, ser golpeada y ser forzada a casarse, éste es el
destino de las mujeres.
Las mujeres no saben que están totalmente dominadas por los
hombres, y cuando lo admiten, «casi no pueden creerlo».
«Los pensamientos de la clase dominante son también en todas las épocas
los pensamientos dominantes, es decir, la clase que es la fuerza material dominante de la
sociedad es también la fuerza dominante intelectual
La clase que dispone de los medios de
producción material dispone, a su vez, de los medios de la producción
intelectual, y en ambos casos, los pensamientos de aquellos a quienes se ha
desposeído de los medios de producción intelectual son sometidos igualmente a
esta clase dominante.
Este pensamiento que se basa en el predominio de la diferencia es
el pensamiento de la dominación.
La dominación suministra a las mujeres un
conjunto de hechos,de datos, de aprioris que, por muy discutibles que sean,
forman una enorme construcción política, una prieta red que lo cubre todo, nuestros
pensamientos, nuestros gestos, nuestros actos, nuestro trabajo, nuestras
sensaciones, nuestras relaciones.
Por todas
partes la dominación nos enseña:




La
categoría de sexo es una categoría política que funda la sociedad en cuanto
heterosexual.
Se trata
de una cuestión de ser, sino de relaciones (ya que las «mujeres» y los
«hombres» son el resultado de relaciones) aunque los dos aspectos son
confundidos siempre cuando se discuten. La categoría de sexo es la categoría
que establece como «natural» la relación que está en la base de la sociedad (heterosexual),
las mujeres— es «heterosexualizada» (la fabricación de las mujeres es similar a
la fabricación de los eunucos, y a la crianza de esclavos y de animales) y
sometida a una economía heterosexual. La categoría de sexo es el producto de la
sociedad heterosexual que impone a las mujeres la obligación absoluta de
reproducir «la especie», es decir, reproducir la sociedad heterosexual.
La
reproducción consiste esencialmente en este trabajo, esta producción realizada
por las mujeres, que permite a los hombres apropiarse de todo el trabajo de las
mujeres. La apropiación del trabajo que está asociado «por naturaleza» a la
reproducción: criar a los hijos, las tareas domésticas.
La
categoría de sexo es el producto de la sociedad heterosexual, en la cual los
hombres se apropian de la reproducción y la producción de las mujeres, así como
de sus personas físicas por medio de un contrato que se llama contrato de
matrimonio. El contrato que une a una mujer con un hombre es un contrato de por
vida, que sólo la ley puede romper (el divorcio). Asigna a la mujer ciertas
obligaciones, incluyendo un trabajo no remunerado. Su trabajo (la casa, criar a
los niños), como sus obligaciones (cesión de su reproducción puesta a nombre
del marido, coito forzado, cohabitación día y noche, asignación de una residencia,
como se sobreentiende en la noción jurídica de «abandono del domicilio conyugal»)
significan que la mujer, en cuanto persona física, pertenece a su marido.
La policía
interviene ante una denuncia por agresiones cuando un ciudadano golpea a otro ciudadano.
Pero una mujer que ha firmado un contrato de matrimonio deja en ese momento de
ser un ciudadano ordinario (protegido por la ley). Basta con ir a una casa de
mujeres maltratadas para ver hasta qué punto esta autoridad puede ejercerse. Estén
donde estén, hagan lo que hagan (incluyendo cuando trabajan en el sector
público) ellas son vistas como (y convertidas en) sexualmente disponibles para
los hombres y ellas, senos, nalgas, vestidos, deben ser visibles. Ellas deben
llevar puesta su estrella amarilla, su eterna sonrisa día y noche.
NO SE NACE MUJER

El caso de
las mujeres, la ideología llega lejos, ya que nuestros cuerpos, así como
nuestras mentes, son el producto de esta manipulación. En nuestras mentes y en
nuestros cuerpos se nos hace corresponder, rasgo a rasgo, con la idea de
naturaleza que ha sido establecida para nosotras.
Somos manipuladas
hasta tal punto que nuestro cuerpo deformado es lo que ellos llaman «natural»,
lo que supuestamente existía antes de la opresión; tan manipuladas que finalmente
la opresión parece ser una consecuencia de esta «naturaleza» que está dentro de
nosotras mismas (una naturaleza que es solamente una idea).
Simone de
Beauvoir— es sólo un mito. Ella afirmó: «no se nace mujer, se llega a serlo. No
hay ningún destino biológico, psicológico o económico que determine el papel
que las mujeres representan en la sociedad: es la civilización como un todo la
que produce esa criatura intermedia entre macho y eunuco, que se califica como
femenina».
El matriarcado
no es menos heterosexual que el patriarcado: sólo cambia el sexo del opresor.
Además, esta concepción no sólo sigue asumiendo las categorías del sexo (mujer
y hombre), sino que mantiene la idea de que la capacidad de dar a luz (o sea,
la biología) es lo único que define a una mujer. «Las mujeres y los hombres pertenecen
a razas o especies (las dos palabras se utilizan de forma intercambiable)
distintas: los hombres son biológicamente inferiores a las mujeres; la
violencia de los hombres es un fenómeno biológico inevitable».
Al admitir
que hay una división «natural» entre mujeres y hombres, naturalizamos la
historia, asumimos que «hombres» y «mujeres» siempre han existido y siempre
existirán. No sólo naturalizamos la historia sino que también, en consecuencia,
naturalizamos los fenómenos sociales que manifiestan nuestra opresión, haciendo
imposible cualquier cambio. Por ejemplo, no se considera el embarazo como una
producción forzada, sino como un proceso «natural», «biológico», olvidando que
en nuestras sociedades la natalidad es planificada (demografía), olvidando que
nosotras mismas somos programadas para producir niños, aunque es la única
actividad social, «con la excepción de la guerra», que implica tanto peligro de
muerte8.
La
ambigüedad de la palabra «feminista» resume toda la situación. ¿Qué significa
«feminista»? feminismo contiene la palabra «fémina» («mujer»), y significa:
alguien que lucha por las mujeres.
Para
muchas de nosotras, significa alguien que lucha por las mujeres como clase y
por la desaparición de esta clase. Para muchas otras, esto quiere decir alguien
que lucha por la mujer y por su defensa —por el mito, por tanto, y su
fortalecimiento.
Pero, ¿por
qué ha sido escogida la palabra «feminista» si es tan ambigua? Elegimos
llamarnos feministas» hace diez años, no
para apoyar o fortalecer el mito de la mujer, ni para identificarnos con la
definición que el opresor hace de nosotras, sino para afirmar que nuestro
movimiento tiene una historia y para subrayar el lazo político con el primer
movimiento feminista. El feminismo del siglo pasado unca fue capaz de
solucionar sus contradicciones en asuntos como naturaleza/cultura,
mujer/sociedad. Las mujeres empezaron a luchar por sí mismas como un grupo y consideraron
acertadamente que compartían aspectos de opresión comunes.
EL PENSAMIENTO HETEROSEXUAL
Las ciencias
llamadas humanas, y ha penetrado en las discusiones políticas de los
movimientos de lesbianas y de liberación de las mujeres. Se trata de un campo
político importante en el que lo que se juega es el poder o, más bien, un
entrelazamiento de poderes porque hay una multiplicidad de lenguajes que
producen constantemente un efecto en la realidad social. La importancia del lenguaje
en cuanto tal como asunto político sólo ha aparecido recientemente.
La ciencia
del lenguaje ha invadido otras ciencias como la antropología con Lévi-Strauss,
el psicoanálisis con Lacan, así como todas las disciplinas que trabajan a
partir del estructuralismo.
Cuando se
recubre con el término generalizador de «ideología » todos los discursos del
grupo dominante, se relegan estos discursos al mundo de las Ideas Irreales. Se
desatiende la violencia material (física) que realizan directamente sobre los y
las oprimidos/as, violencia que se efectúa tanto por medio de los discursos
abstractos y «científicos» como por medio de los discursos de los medios de
comunicación de masas. Insisto en esta opresión material de los individuos por
los discursos y querría subrayar sus efectos inmediatos tomando el ejemplo de
la pornografía.
Sus
imágenes —películas, fotos de revistas, carteles publicitarios en las paredes
de las ciudades— constituyen un discurso, y este discurso, que cubre nuestro
mundo con sus signos, tiene un sentido: significa que las mujeres están
dominadas. Los semiólogos pueden interpretar el sistema de este discurso,
describir su disposición.
El
concepto de diferencia de sexos, por ejemplo, constituye ontològicamente a las
mujeres en otros/diferentes. Los hombres, por su parte, no son diferentes. Los
blancos tampoco son diferentes, ni los señores, diferentes son los negros y los
esclavos. Esta característica ontològica de la diferencia entre los sexos afecta
a todos los conceptos que forman parte del mismo conglomerado. Ahora bien, para
nosotras no hay ser-mujer ni ser hombre. «Hombre» y «mujer»8 son conceptos
políticos de oposición.
Y, dialécticamente,
la cópula que los reúne es al mismo tiempo la que preconiza su abolición, es la
lucha de clase entre hombres y mujeres la que abolirá los hombres y las mujeres.
Esto
supone decir que para nosotras no puede ya haber mujeres, ni hombres, sino en
tanto clases y en tanto categorías de pensamiento y de lenguaje: deben
desaparecer políticamente, económicamente, ideológicamente. Si nosotros, las
lesbianas y gays, continuamos diciéndonos, concibiéndonos como mujeres, como hombres,
contribuimos al mantenimiento de la heterosexualidad.
Estoy
segura de que una transformación económica y política no desdramatizará estas
categorías de lenguaje. ¿Exceptuamos esclavo, negro, negra? ¿En qué se
diferencia de mujer? ¿Vamos a seguir escribiendo blanco, amo, hombre?
La transformación de las relaciones económicas no basta.
A PROPÓSITO DEL CONTRATO SOCIAL
Me
propongo una tarea difícil: se trata de calibrar y reevaluar la noción de
contrato social como noción de filosofía política. Es una noción nacida en el
siglo XVII y XVIII. Es asimismo el título de un libro de J. J. Rousseau2. Más
tarde, Marx y Engels criticaron el concepto de contrato social porque no era
relevante en términos de lucha de clases y por tanto no afectaba al
proletariado.
Propuestas
fueran asumidas directamente por la Asamblea de la Revolución Francesa).
Siempre he
pensado que las mujeres son una clase que está estructurada de forma muy
similar a como lo estaba la clase de los siervos. Constato en la actualidad que
no pueden desvincularse del orden heterosexual más que huyendo de él una por una.
Esto es lo que explica mi interés por una noción preindustrial como el contrato
social.
La
cuestión del contrato social en los propios términos de Jean Jacques Rousseau
dista mucho de estar obsoleta, dado que en lo que se refiere a su dimensión
filosófica nunca fue desarrollada. La cuestión de los sexos es en sí un
delineador muy preciso del bosquejo general de la sociedad; si la analizamos
desde un punto de vista filosófico, contiene y da forma la idea general de contrato
social.
El
principal enfoque de la noción de contrato social debe ser filosófico, en el
sentido de que este punto de vista permite la posibilidad de síntesis, a
diferencia del punto de vista dividido que tienen las ciencias sociales6. En
efecto, la noción de «contrato social» es una noción de filosofía política, la
idea abstracta de que hay un pacto, un convenio, un acuerdo entre los
individuos y el orden social.
HACERSE HOMBRE: ALGUNAS REFLEXIONES
DESDE LAS MASCULINIDADES
1. EL CAMINO A
HACERSE HOMBRE
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La constitución de la identidad de
género adquiere estabilidad a través de la actuación y el repudio.
Mediante la actuación, los sujetos actualizan los modelos culturales de ser
varón o mujer, y dan realidad a las identidades de género. El repudio nos
remite a la fijación del género en cada sujeto a través de todo aquello que no
se debe ser o hacer, de lo abyecto, límite en el que el individuo pierde su
condición de tal (Butler, 1990).
Otro aspecto importante en la
constitución de la identidad masculina es la socia-lización en patrones de
intimidad. Los varones no expresen emociones consideradas femeninas como el
miedo o la duda, ni ciertas formas de intimidad con otros varones que podrían
poner en duda su heterosexualidad (Bor-neman, 2010; Gutmann, 1997).
La masculinidad hegemónica es una
representación ideal de ser hombre, en torno a la cual los varones construyen
su identidad de género. La existencia de esta versión hegemónica de
masculinidad crea la imagen de un “hombre de verdad”, alguien que está por
encima no sólo de mujeres sino también de otros hombres, es decir, un ideal de
identidad que funciona como identidad de fachada más que como algo real.
Este modelo de masculinidad que
ocupa la posición privilegiada en un modelo dado de relaciones de género es un
proceso que implica cuatro dimensiones:
Ø Hegemonía,
por la cual, en un momento histórico dado, una forma de masculinidad se acepta
como el comportamiento socialmente valorado por sobre las otras.
Ø Subordi-nación,
en la que las masculinidades heterosexuales oprimen y convierten en ilegítimas
y repudiadas las masculinidades homosexuales.
Ø Complicidad,
al no poder cumplir todos los varones con los imperativos del modelo
hegemónico, se estable-cen “alianzas” entre ellos para sostener la
subordinación de la mujer.
Ø Margina-ción,
en la que se cruzan otros aspectos como clase social o raza para producir la
exclusión de grupos como minorías raciales o migrantes indocumentados (Connell,
1995, 2000; Connell y Messerschmidt, 2005).
2. LA CASA Y LA
CALLE EN LOS PROCESOS DE HACERSE HOMBRE
Analizar el ámbito doméstico donde
el varón desempeña roles y relaciones diferen-ciadas nos permite acceder no
sólo al proceso de configuración de muchas de las representaciones de la
masculinidad, sino que también nos posibilita analizar la forma en que se
afirman o cuestionan las bases de la identidad masculina, especial-mente en lo
referido a la sexualidad.
El universo doméstico o de la casa
nos remite a un mundo de jerarquías natu-ralmente instauradas en base a
reglas de parentesco, sexo y edad. Como dice Da-Matta (1990), en este espacio
hay un mayor control de las relaciones sociales, mayor intimidad y menor
distancia social. La casa es el espacio de la familia, donde los integrantes se
perciben como “mi gente”, los “míos”, otorgando una identidad al grupo
familiar.
En este espacio de socialización
familiar el niño empieza su proceso de “hacerse hombre”. En este escenario
aprenderá que tendrá que resolver la primera contradic-ción de ser hombre: que
ser hombre es algo “natural”, pero que al mismo tiempo tiene que obtenerse en
torno a pruebas e ideales de actuación. Estas pruebas se convierten en
imperativos de masculinidad y sexualidad hegemónicas, en desempe-ños
considerados masculinos y heterosexuales. De hecho, en todos los hogares se
transmiten una serie de mensajes y pautas de cómo se espera sea un hombre.
El aspecto más sublime de esta
masculinidad son los valores morales, que se espera sean el guión que los
varones actualizarán en su vida pública y privada. Estos valores buscan hacer
del varón un “hombre de bien” (Fuller, 2002).
La transición del mundo de la casa
al mundo público o de la calle, implica adap-tarse a un mundo
imprevisto y accidentado, donde los niños tienen que descubrir y aprender a
convivir con reglas y jerarquías diferentes a las de la casa. Más que espacios
distintos, la casa y la calle nos remiten a guiones sociales, ideologías y
valores que en algunos casos son sólo válidos para estos espacios, que pueden
funcionar como subculturas, y en otros funcionan como prolongación de una de
ellas. Casa y calle pueden ser concebidas como un continuum o
prolongación de ciertos elementos de ambos espacios. De esta manera, el grupo
de pares, el colegio, los estudios superiores y el espacio laboral pueden
competir, oponerse o ser en cierta forma prolongación de ciertas situaciones o
valores de la casa u hogar.
3. EL GRUPO DE
PARES Y LOS RITUALES DE LA MASCULINIDAD
El grupo de pares está conformado
por un grupo de amigos del mis-mo rango etáreo y posibilita el inicio de
relaciones más democráticas que las exis-tentes entre padres e hijos.
Estas relaciones están basadas en amistad y empatía más igualitarias, con
interacciones entre los sujetos en los que se pueden sopesar y cuestionar las
reglas de conducta “naturalizadas” en el espacio familiar.
En el grupo de pares donde se
consolidan los límites y fronteras de la identidad masculina, a través de la
actualización de gestos rituales de masculinidad y sexualidad, que funcionan
como modelos ritualizados, ambiguos, arbitrarios, repetitivos y socialmente
provocados, y que buscan configu-rar este orden social a través del pasaje
obligatorio de adolescentes y jóvenes por ciertas pruebas que aseguren su
pertenencia al grupo.
·
Por ejemplo, el consumo de alcohol y la primera experiencia de
“borrachera” es un ritual muy común para adolescentes en su viaje a convertirse
en varones (Kim-mel, 2008; West, 2001). Los varones participan en una cultura
de beber alcohol que premia a los que saben tomar “como hombres” y censura a
los que fallan. Por otro lado, en cuanto a la fortaleza física, lo más
importante es sobresalir en deportes considerados masculinos como el fútbol.
La heterosexualidad es central en la
producción de masculinidad en las socieda-des occidentales pues a través de las relaciones
heterosexuales los hombres ganan respeto y status en sus grupos sociales. La
heterosexualidad se practica y ejerce a través de estos guiones de género y
guiones sexuales. Varones y mujeres son socia-lizados bajo un solo supuesto: la
heterosexualidad, la cual se presenta como la única realidad posible e
inevitable (Rich, 1980). De esta forma, adolescentes y jóvenes aprenden a pensar
y a actuar como heterosexuales (Ingraham, 2005), especialmente en
ámbitos homosociales al interior de estos grupos de pares.
Homofobia y homoerotismo son
aspectos fundamentales de los espacios homo-sociales en grupos de varones
heterosexuales. La homosocialidad, entendida como relaciones sociales entre
personas del mismo sexo sin objetivo sexual o romántico (Sedgwick, 1985)
facilita los lazos entre hombres a través de la exclusión de muje-res y de los
hombres no considerados masculinos.
La centralidad de la homofobia en
la constitución de la identidad masculina ha sido ampliamente tratada, siendo
las bromas y juegos homofóbicos parte activa de las relaciones entre hombres
desde la juventud a la adultez (Kimmel, 2005; Lancaster, 2003; Pascoe, 2007). Otro
aspecto central de la homofobia es su carácter disciplinador y educador so-bre
guiones de género.
La fortaleza emocional se instaura
en el grupo a través de imperativos de valen-tía, de la eliminación de
manifestaciones de “debilidad” y de las muestras de segu-ridad ante peleas o
situaciones de riesgo. El mandato es que el varón no puede dudar o vacilar
frente a los retos pues siempre debe mostrar seguridad, decisión y valentía. Si
en la casa el imperativo era ser honesto, trabajador y honrado, con los amigos
el imperativo es ser solidario, amigo fiel, leal e incondicional. Y,
en ambos espacios los varones tienen que reconciliar sus identidades integrando
discursos morales de actuación masculina.
4. DISCURSOS
EMERGENTES SOBRE MASCULINIDAD
Los medios de comunicación
producen y reproducen modelos de masculinidad que, en algunos casos, puede
reforzar los discursos hege-mónicos y, en otros, cuestionar estos ideales de
actuación ofreciendo modelos y mensajes alternativos de masculinidad. De hecho,
algunos aspectos de la estética masculina se reconfiguran ante una creciente
presión social y de consumo de me-dios por “verse bien”, y lo que antes se
consideraba poco masculino en el arreglo personal es hoy una constante que no
cuestiona las identidades de los hombres.
La autoimagen masculina para el
cortejo y la conquista de parejas sexuales sufre un desplazamiento de imágenes
de varones exentos de exigencias de cuidado estético, hacia varones preocupados
por una imagen más cercana a la “metrosexualidad”.
Por ejemplo, un aspecto destacado
en la identidad de jóvenes de clase media ur-bana son las constantes alusiones
a las búsquedas de ampliación de su moratoria social, esto es, de no asumir
responsabilidades ni compromisos definitivos (Borne-man, 2010), una situación
que se acentúa cuanto mayor es el nivel económico y la escolaridad de los
jóvenes entrevistados.
Las adoles-centes y jóvenes de
sociedades urbanas occidentales presentan discursos emergentes de sexualidad y
masculinidad que cuestiona los límites de la masculinidad hegemó-nica.
Evidencia empírica en diversos contextos sociales urbanos muestran como los
varones jóvenes se sienten crecientemente más cómodos de expresar sus
emociones, desarrollar relaciones amicales con mujeres y otros varones (Allen,
2003; Gilmartin, 2007). Estos discursos y prácticas emergentes nos alertan
sobre la necesidad de considerar los cambios en las masculinidades y prestar
atención a las tensiones entre versiones emergentes y hegemónicas de las
mismas.
5. A MODO DE
CONCLUSIONES
Los adolescentes y varones
aprenden desde muy temprana edad que la sexualidad masculina se constituye en
torno a fronteras delimitadas que actúan como un repu-dio a lo que se considera
dominio de lo abyecto, de aquello que un varón, para ser valorado como tal, no
debe cruzar jamás: la feminidad y la homosexualidad pasiva. Estas fronteras de
la sexualidad masculina están centradas en el fantasma normativo del sexo que
coloca al homoerotismo y a la pasividad, como fronteras que un “ver-dadero
hombre” no debe pasar jamás.
Mientras que algunos varones
cumplen exitosamente las pruebas e imperativos de masculinidad y sexualidad
hegemónicas; otros varones, en cambio, viven esta situación como pruebas inalcanzables
y la amenaza en convertirlos en masculinida-des fallidas.
Los adolescentes y jóvenes
aprenden a negociar sus propias experiencias con las inalcanzables expectativas
sociales de hombres de verdad; aprenden que ciertos “logros” pueden ocultar o
minimizar otras “fallas”, por ejemplo, mediante la pertenencia a grupos de
varones “duros” que refuerzan la hegemonía y desplazan posibles torpezas o
fallas en otras actividades masculinas (por ejemplo, no sobresalir en deportes
rudos).
La masculinidad hegemónica no es
un tipo de carácter fijo ni inmutable en todo lugar ni en todo tiempo, sino que
es una posición siempre disputada, y los varones aprenden desde muy temprana
edad que parte del largo viaje de hacerse hombre implica resolver las
contradicciones entre el imaginario social y sus propias experiencias
personales (Vasquez del Águila, 2013; Viveros, 2002).
Los varones también tienen que
reconciliar la contradicción entre el as-pecto “natural” y aprendido de la
masculinidad. Ellos aprenden que a la asociación del varón con tareas
consideradas como propias a su sexo, se adiciona el hecho que ser hombre
implica pasar por situaciones de prueba, es decir, resolver la tensión entre
considerar que ser hombre es algo natural-mente dado y al mismo tiempo el
resultado de un proceso de aprendizaje.
La heterosexualidad normativa es
central en la constitución de la masculinidad, pues independientemente de su
orientación sexual, niños y adolescentes aprenden que ser hombre es demostrar
gestos rituales que la confirmen. La homofobia funciona como un fantasma
disciplinario de los libretos de género y sexualidad, y de hecho, a día de hoy,
no ser mujer ni ser “maricón” siguen siendo los imperativos más arraigados en
la vida de varones latinoamericanos.
En consecuencia, a partir de la
revisión de la literatura y de mis propios trabajos sobre masculinidades y
sexualidad con varones latinoamericanos, considero que existen cinco mecanismos
principales en el proceso de hacerse hombre:
1.
El rechazo del mundo femenino y actitudes consideradas femeninas.
2.
El rechazo de la homosexualidad pasiva y un manejo adecuado de la
homofobia y el homoerotismo.
3.
El desempeño sexual heterosexual y alardeo sobre estas
performances.
4.
La toma de riesgos y los gestos de violencia.
5.
La incorporación de valores morales.


LA METAFÍSICA.- (del latín metaphysica, y este del griego μετὰφυσικά, «más allá de la física») es una rama de la filosofía que estudia la naturaleza, estructura, componentes y principios fundamentales de la realidad.
La metafísica aborda problemas centrales de la filosofía, como lo son los fundamentos de la estructura de la realidad y el sentido y finalidad última de todo ser.
La metafísica tiene dos tópicos principales:
- El primero es la ontología, que en palabras de Aristóteles viene a ser la ciencia que estudia el ser en cuanto tal.
- El segundo es el de la teleología, que es el estudio de los fines como causa última de la realidad.
REPRESIÓN POLÍTICA.- Es la acción de contener, detener, castigar y perseguir actuaciones políticas o sociales desde el poder político hacia un individuo o grupo.
La represión política niega e impide el ejercicio de los derechos civiles y de libertad política: expresión, reunión, manifestación, asociación, sindicación que suelen considerarse propias de los sistemas democráticos.
HEGEMONÍA.- Al dominio de una entidad sobre otras de igual tipo. Se puede aplicar a diversas situaciones con el mismo significado: un bloque de naciones puede tener hegemonía gracias a su mayor potencial económico, militar o político, y ejerce esa hegemonía sobre otras poblaciones, aunque estas no la deseen. Por «hegemonía mundial» se entiende el dominio del mundo por parte de una sola nación o un grupo de naciones.
LA PEDAGOGÍA.- (del griego παιδιον (paidos -niño) y γωγος (gogos -conducir)) es la ciencia que tiene como objeto de estudio a la educación. Es una ciencia perteneciente al campo de las Ciencias Sociales y Humanas, y tiene como fundamento principal los estudios de Kant y Herbart.Usualmente se logra apreciar, en textos académicos y documentos universitarios oficiales, la presencia ya sea de Ciencias Sociales y Humanidades, como dos campos independientes o, como aquí se trata, de ambas en una misma categoría que no equivale a igualdad absoluta sino a lazos de comunicación y similitud etimológica.

REIFICACIÓN.- concepto de la teoría feminista que designa la acción de ver a una persona como un objeto sexual separando de la persona el resto de su personalidad y existencia.
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